Movimiento auténtico
Movimiento Auténtico (MA) es habitar el cuerpo y permitirle su máxima expresión. Dar lugar al “ser movido” en lugar de “me muevo”. Llegar a lo esencial, que puede ser bello, puede ser grotesco, pequeñito, grande, solitario, grupal, agresivo, suave; pero siempre es lo que se hace y no lo que se piensa hacer. Es ser consigo mismo y ser con el otro. Es escuchar el silencio. Nos lleva a la presencia despierta. En el MA hay una persona que se mueve. En cuanto se mueve, un compañero del grupo (o el terapeuta, si el trabajo es individual) le observa y le llamamos de testigo. La práctica del MA implica cuidar del espacio (en su dimensión concreta y energética). La práctica del MA, tal como la desarrolló Janet Adler, incluye un ritual. Y en esta práctica utilizamos la palabra solamente al final del proceso. Mientras nos movemos, mientas somos testigos, y mientras hablamos, hacemos el esfuerzo consciente de mantener una presencia despierta.
El Moviente
El que se mueve empieza con la quietud, con los ojos cerrados, desde una “espera abierta”, de un estado de “vacío hasta que algo pueda suceder”. Se acepta, por ejemplo, la posibilidad de no moverse. Lo importante es no planear el movimiento, pero hacerlo de forma espontánea y según los impulsos. Si la sesión de MA es en grupo, el que se mueve puede encontrarse con otros y, si desea, moverse con ellos. Una cosa importante es que entendemos que el movimiento es “. . .todo lo que vibra, todo lo que pulsa, lo que está sucediendo dentro y fuera de nosotros, incluyendo la voz, el sonido, la quietud, las relaciones, el movimiento interior, exterior, energético.” (Weissman, 2013)
El testigo
El testigo observa su compañero desde una actitud de quietud y de silencio. Al mismo tiempo observa el impacto que el movimiento del otro genera en sí mismo. Por lo tanto, es testigo de la experiencia del otro y al mismo tiempo testigo de su propia experiencia “sin actuar o participar” activamente en ella (Adler, 1985). Después cambiamos los roles, y el que se ha movido pasa a ser el testigo y vice-versa. El MA puede ser visto entonces como una forma de explorar “la relación entre la persona que se mueve y el testigo, entre ser visto y ver el otro, y entre moverse y ser el testigo del proprio movimiento” (Adler, 1985).
El espacio
Utilizamos el espacio vacío en la práctica del MA. Pero alrededor de este espacio nos colocamos en círculo, como forma de ofrecer a los movientes un marco de referencia que acoge y protege. Además, buscamos que el espacio del MA sea de respeto, de acompañamiento. Evitamos el uso indiscriminado de la palabra y aquellas acciones que no tienen que ver con la práctica. En este punto (y en muchos otros) la práctica del MA se asemeja mucho a las prácticas de meditación, porque buscamos un entorno ideal que nos permita la atención tranquila y una presencia despierta.
El ritual
En una sesión de MA hay un primer momento para conectar con el cuerpo y con el aquí y ahora. Hay el momento de empezar, de hacer el círculo, donde nos miramos a los ojos y permitimos ser mirados. Después de sonar la campana, el que será movido entra en el círculo. Hay el momento de poder hablar y muchos momentos donde debemos callarnos. “Ritualizar nos ayuda a crear este espacio que invita a la sincronicidad” (Betina Weissman (2013). Así, a través del ritual, construimos este espacio que empieza con el vacío (el espacio vacío) y que, con el trabajo de un grupo implicado, se configura como un espacio energético y de intercambio.
La palabra
Utilizamos la palabra cómo forma de fijar en la conciencia los elementos inconscientes emergentes en el círculo de MA. Con la intención de alejarnos de la mirada del Juez, entre el movimiento y la palabra podemos utilizar vías alternativas de expresión artística que podría ser poética, plástica o dramática. Además, siempre utilizamos la palabra en el presente, mismo al referirnos a las experiencias pasadas, ocurridas en el círculo de MA. Buscamos hablar solo de lo esencial, dando voz a lo que debe y necesita ser dicho, dejando lugar para el silencio. Silencio y palabra se complementan, y permitimos que la palabra contenga el vacío y que el silencio contenga la plenitud. Buscamos ante todo la palabra encarnada, aquella que acompaña la experiencia de ser movido, y la palabra-ritual que va más allá de la expresión del ego.
“La práctica consiste en enseñar a la persona a esperar para que el movimiento surja y evolucione a medida que se entregue a él dentro de un ambiente de atención tranquilo. Es una espera constante, dirigida, disciplinada, para que el movimiento (y las palabras) puedan venir del Self, en lugar de los movimientos (o palabras) habituales, o del moverse y hablar como les gustaría a los demás.” – Johnson, D.H. (2006)